Había pasado más de un siglo desde que las manos del artista LESCA moldearon cuidadosamente aquella mayólica. Los colores brillantes
de sus esmaltes y los delicados detalles de su diseño reflejaban la elegancia de una época que parecía perdida en el tiempo. La pieza había sido creada para Goldscheider a finales del siglo XIX, pero los años no habían sido amables. Una grieta profunda cruzaba su superficie, y partes de su belleza se encontraban esparcidas, como si su historia hubiera sido fragmentada.
Cuando la mayólica llegó a mis manos, pude sentir la fragilidad de su estado y la responsabilidad que implicaba devolverle su antiguo esplendor. Las marcas del tiempo no solo hablaban de su desgaste, sino de la vida que había vivido: las miradas que la admiraron, las manos que la sostuvieron, y los años en que permaneció olvidada en un rincón.
La restauración de una pieza quebrada no es solo una cuestión técnica; es un acto de respeto hacia el pasado. El primer paso fue observar cada grieta, cada pedazo roto, y entender cómo reensamblar el rompecabezas. Limpié con suavidad los restos de polvo y desechos acumulados en las fracturas, como si al hacerlo liberara la historia atrapada en ella.
Luego vino el proceso más delicado: unir las piezas rotas. Cada fragmento debía encajar perfectamente, y cada adhesivo aplicado con precisión. Poco a poco, la estructura fue cobrando forma nuevamente, como si la mayólica despertara de un largo sueño. A medida que la grieta desaparecía ante mis ojos, sentí la satisfacción de darle a esta obra una nueva oportunidad para ser apreciada.
Finalmente, fue necesario retocar el esmalte, devolviéndole el brillo que el tiempo le había arrebatado. Pero, al igual que con cualquier restauración, quise que las marcas de su vida anterior permanecieran presentes. Las pequeñas imperfecciones, los rastros de su larga existencia, eran tan importantes como la restauración misma.
Al terminar, la mayólica, aunque restaurada, aún conservaba su alma antigua. El resplandor de sus colores volvía a captar la luz del entorno, y las grietas que alguna vez la quebraron se habían convertido en cicatrices de su historia.
En ese momento, comprendí que cada pieza que restauramos no es solo un objeto, sino un testimonio de su época, de las manos que la crearon, y de las que, como las mías, le han devuelto la vida. La mayólica quebrada ya no estaba rota. Había renacido.